En el año 1609 Galileo logró construir, por primera vez, un telescopio con una lente de sesenta aumentos. Ese objeto "realmente admirable", que le proporcionó una visión del universo completamente desconocida hasta entonces, se convirtió en uno de los principales desencadenantes de la revolución científica. Más de cuatrocientos años después, Gaia, el observatorio espacial de la Agencia Espacial Europea, se encuentra en órbita para cumplir una ambiciosa misión: proporcionar nuevos conocimientos para que el universo, "ese grandísimo libro que está continuamente abierto delante de nuestros ojos", en palabras del propio Galileo, deje de ser un "oscuro laberinto".
La explicación de por qué una pelota que se lanza hacia arriba vuelve a caer o de cómo es posible que los satélites artificiales orbiten la Tierra hoy en día parece muy sencilla: la responsable es la fuerza de la gravedad. Pero que la caída de los cuerpos terrestres y el movimiento de los astros respondieran al mismo fenómeno era algo que ni siquiera se sospechaba antes de que Isaac Newton enunciase la ley de gravitación universal. Durante más de dos siglos, ésta reinará como la única teoría que describe la fuerza gravitatoria de manera consistente, hasta que, a principios del siglo XX, es desbancada por la teoría de la relatividad general de Albert Einstein. |
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